sábado, 10 de enero de 2009

Rubén Boggi - Oda contemporánea

Solo hay una piedra perdida en el espacio.
Una piedra que habla.

Abrazo a todos los que viven en la luz ancestral de las estrellas.
A todos amo, respeto y toco con el deseo.
Porque mañana estarán muertos o desaparecidos.
La furia de hoy, mañana será tenue niebla disipada,
y el amor de hoy posiblemente
será tan solo un recuerdo en el viento de los años,
una hoja amarilla
guardada entre las tapas de un libro,
una inscripción
codificada.

Amantes,
suspiros de un tiempo que fácilmente se agota,
hombres y mujeres
sumergidos en oscuras tentaciones.
Los abrazo,
entre calles miserables o magnánimas,
Entre lágrimas de dolor o de alegría,
transeúntes sin un sol verdadero.
Escuchan violines sin violines,
Pájaros sin pájaros,
Amantes verdaderos,
en un mundo de mentiras hecho y padecido.

Amantes del dinero,
abiertos cuerpos hacia la explanada solar del equinoccio,
humildes y miserables entre basuras,
entre sombras de cristal, plástico y cemento,
en playas tapizadas de dólares,
en burdeles de cocaína,
en pantallas de plasma,
en microchips,
en células cancerosas,
amantes de suavidad transidos,
de caricias siderales,
de clonaciones afectivas.
En la tibia soledad,
en el olvido de los dioses,
en la soledad amarga, en la soledad, en el grito de la soledad.

(Solo hay una piedra perdida en el espacio)

A todos amo,
a todos toco con el deseo de la vida eterna,
con el portento tecnológico,
con el trépano que sondea oscuridades,
con el ojo que busca la luz;
mientras cae la sangre,
entre otoños y primaveras.
Amantes entre consignas,
clichés, publicidades, discursos, ensayos,
mentiras que cotizan en la Bolsa,
orgasmos,
anfetaminas,
convulsiones sociales:
Abrazo y canto a esta sangre presente,
la única,
la que siempre ha estado sumergida y asesinada.

Sangre hecha de tiempo,
sangre de arroyos milenarios,
sangre que brota como flores de paredes antiguas y edificios pesarosos,
Sangre de la araucaria y del rascacielos,
sangre espiritual, sangre en la palabra.

Toco con el deseo esta sangre,
que adivino en cada cavidad placentera,
y en el dolor placentero,
y en la memoria de los siglos.

Todos danzan bajo las estrellas,
o al lado de ellas.
El que busca un plato de comida,
el saciado que se desvive por cambiar de amante.

Entre los cerros donde la selva es dueña,
entre los edificios como montañas azules,
entre las abiertas piernas de los ríos,
entre las apretadas piernas de las calles,
en el baile de la luz y la sombra,
el baile oceánico
de los submarinos nucleares
y de las ballenas francas,
el baile del cascote estelar viajando entre galaxias.

(Solo hay una piedra que habla)

Amantes,
amantes masacrando reses,
amantes de mutación genética,
amantes de hamburguesas,
amantes de granos de maíz,
de brotes de soja, de gaseosas Light,
amantes del plástico que tapiza los pliegues sangrantes de la herida.

A todos toco con el deseo infinito, con la insatisfacción permanente.

Mientras, el mar se lleva los recuerdos,
y los cascos polares se derriten,
y en las playas se mueren
los delfines
al lado de sombrillas virtuales alquiladas por dos dólares.

En el útero salvaje
Escucho el infinito crepitar de las células,
el organismo plural que a todos nos contiene,
antes del fin,
antes de la noche que parirá el exterminio.

Sombra oscura de la luna en nuestra propia cara,
huella de moluscos antiguos en las pampas silentes,
ay de nosotros
testigos de un tiempo efímero en la vastedad del cosmos,
con omnipotencia aferrados al dolor, a la angustia,
mientras pasan las reses por el matadero.

A todos amo,
pequeños humanos,
animales gimientes.
A todos, a todos toco con el deseo,
amparado en la noche estelar,
en la sangría cósmica.

En callejones de drogas hechos,
en el laberinto del discurso ampuloso,
pobres seres, pobres,
encerrados en trabajos,
gozosos de quehaceres domésticos,
pobres seres,
en un ojo con lágrima plastificada,
en la lenta ceniza de los mundos muertos.

(Una piedra, una piedra que habla)

A todos toco con el deseo,
porque mañana estarán desaparecidos,
y nadie los recordará,
ni siquiera la discreta flor de otra galaxia.

Estamos de viaje,
compañeros,
camaradas de angustias y alegrías,
con los muertos, caricias que se han ido,
con besos en la oscuridad,
con risas de niños en los húmedos parques,
con multitudes,
multitudes pariendo
sobre las playas de estacionamiento
de los supermercados.

En una hoja,
En una gota de agua,
En una célula,
En el parpadeo tenue de las computadoras,
toco con mi deseo el espíritu calcificado del hombre.
En las ciudades vacías,
en las ruinas siderales, en los satélites,
en el movimiento permanente,
escucho la música de los dioses que nos antecedieron,
toco el deseo de los seres que vendrán,
mientras la carne se agota en la batalla,
y en la luz reflejada por la luna sobre las dunas sedosas del desierto
se ven
pequeños animales
que aguardan la alborada.

Escribo con la sangre contaminada de radiación,
en los labios de las publicidades,
en el coro desafinado de las masas cantarinas,
en los misiles del descontento,
en el engaño atroz de los arquitectos.

Sólo ha quedado una piedra que habla.
Una piedra.
Una piedra que habla, y gira en el espacio.